Detrás de uno de los nombres más poderosos del mundo del tabaco se encuentra la figura imponente de Jaime Partagás y Ravell, nacido como Don Jaume Buenaventura Ambrós Partagás y Ravell en Arenys de Mar, Barcelona. Su viaje a Cuba en 1831, con apenas quince años, no solo marcó un cambio de continente, sino el inicio de una transformación en la historia del cigarro.
Una vez en la isla, el joven Partagás se formó bajo la tutela del comerciante Juan Conill, quien le abrió las puertas del comercio tabacalero. Aquellos años de aprendizaje resultaron esenciales: lo prepararon para forjar su propia senda y, eventualmente, fundar en 1845 la emblemática “La Flor de Tabacos de Partagás y Cía”, en pleno corazón de La Habana. Esta no sería una fábrica más, sino el germen de una leyenda.
Desde sus primeros días como empresario, Partagás tuvo claro que la calidad nacía desde la raíz. Por eso adquirió las mejores vegas de Vuelta Abajo, región reconocida por producir las hojas más finas del mundo. Esta estrategia no solo le garantizó materia prima de excelencia, sino que colocó sus cigarros en una categoría superior.

Pero Partagás no era simplemente un comerciante con buen ojo: era un visionario. Introdujo técnicas avanzadas de fermentación y envejecimiento del tabaco, optimizando el sabor y la consistencia de cada cigarro. Fue también pionero en una práctica profundamente humana: el lector de tabaquería, un trabajador que leía en voz alta literatura, periódicos o política a los torcedores mientras elaboraban los cigarros. Así, su fábrica no solo producía excelencia, sino también cultivaba cultura.
Su compromiso férreo con la calidad, su capacidad para enfrentar adversidades y su espíritu audaz cimentaron la reputación de Partagás. No es casual que surgiera el dicho: “nadie es tan fuerte como Partagás”, un lema que trascendió lo personal para convertirse en símbolo de la fuerza, complejidad y profundidad que caracterizan a sus habanos. Fumarlos no es solo una experiencia sensorial: es también rendir homenaje a una historia de tenacidad.
Hoy, la marca Partagás sigue ocupando un lugar privilegiado entre los grandes nombres del tabaco. Sus vitolas, como la Serie D No. 4 o la Lusitania, son apreciadas por aficionados que buscan un cigarro intenso, con cuerpo, y profundamente cubano en alma y esencia.
El legado de Jaime Partagás no se mide solo en las cajas que llevan su nombre, sino en el impacto duradero que tuvo sobre la industria tabacalera cubana. Su historia es la de un hombre que cruzó océanos para construir un imperio, pero también la de un artesano que elevó el cigarro a una forma de arte. En cada calada de un Partagás se siente esa fuerza que, desde 1845, sigue viva.